Título en España: La infancia desnuda
Título original: L’enfance nue
Año: 1968
Duración: 79 min.
País: Francia
Director: Maurice Pialat
Guión: Arlette Langmann y Maurice Pialat
Fotografía: Claude Beausoleil
Reparto: Michel Terrazon, Linda Gutemberg, Raoul Billerey, Pierrette Deplanque, Marie-Louise Thierry, René Thierry, Henri Puff, Marie Marc, Maurice Coussonneau
Sinopsis: Después de haber sido abandonado por sus padres, François, un niño de nueve años, es acogido por una familia obrera. Pero se dan cuenta de que François tiene graves problemas de comportamiento y pronto se convierte en una carga para ellos. Los servicios sociales le buscan una nueva familia de acogida, una vieja pareja que cuida de otro niño abandonado.

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La infancia desnuda (1968) película francesa de Mauricer Pialat nos presenta una mirada desgarrada y dura de la infancia, desde la perspectiva de un niño abandonado por sus padres que, una vez adoptado, se convierte en un problema para la familia que lo acogió, lo que obliga a los responsables a buscar otra alternativa familiar.


(El siguiente texto ha sido extraído de http://www.letraslibres.com/blogs/la-infancia-desnuda-de-maurice-pialat)

Hace casi un año escribí en este blog una entrada sobre esas raras películas dramáticas –en su mayoría europeas– que cuentan con un protagonista menor de, digamos, doce años. En ese momento dije –y ahora lo reitero– que ese género sin nombre (al que tentativamente apodamos “Niños Clasificación C”) es un terreno fértil que, salvo contadas excepciones, rara vez se explora en el cine norteamericano.

En aquel post mencioné dos cintas en particular: una, Mi vida como un perro, de Lasse Hallstrom: una maravillosa y agridulce película sobre la infancia de un niño sueco al que nadie parece entender o querer; y la otra: El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, una cinta de silenciosa poesía que bien pudo ser la inspiración de Guillermo del Toro en El laberinto del fauno. Ahora, a esas dos magníficas cintas hay que sumarle otra: L´Enfance Nue, de Maurice Pialat.

Descendiente directo de François Truffaut y sus 400 golpes, la ópera prima de Pialat es una mirada descarnada a la infancia de François, un chico de diez años de edad que, tras ser abandonado por su madre, se ve obligado a transitar de hogar adoptivo en hogar adoptivo. A diferencia del tratamiento que se le ha dado a la gran mayoría de personajes infantiles, Pialat no escatima en secuencias que esbozan la ambigüedad de las emociones de la niñez. François es tierno en una escena y descarnado en la siguiente. En los primeros diez minutos de la película lo vemos arrojar un gato desde un quinto piso y un par de secuencias después lo vemos salir de su casa y gastarse todo su dinero en un regalo para la mujer que acaba de sacarlo, prácticamente a patadas, de su casa. Y es esta, quizás, la mayor virtud de la cinta de Pialat: su ojo neutro, capaz de registrar la violencia soterrada, la dulzura y las obsesiones de la niñez.

Después de que lo corren de su primera casa, François va a dar a un orfanato, donde rápidamente es puesto en el cuidado de una pareja de ancianos. Es ahí donde transcurre la mayor parte de la película y donde Pialat da rienda suelta a su atinado instinto para retratar la brecha insalvable entre las normas adultas y el espíritu de la infancia. Hostigado por sus compañeros de escuela, perdido en un mundo de gente mayor, François es proclive a exabruptos de violencia. No obstante, fuera de intentar entender al niño que ahora vive bajo su techo, sus “nuevos padres” lo castigan y reprimen con inclemencia. La dirección de Pialat no permite deducir mucho del mundo interno de su protagonista: no hay grandes discursos, ni explicaciones, ni intentos de redención. Lo que deja de manifiesto el comportamiento errático de François es que él, siendo niño, no tiene las herramientas necesarias para comprender sus impulsos destructivos y mitómanos. Lo espeluznante de la cinta es que deja de manifiesto que los adultos que lo rodean son igual de incapaces de comprenderlo y solazarlo. Por lo tanto, no necesitamos ninguna escena que retrate la soledad de François. La podemos intuir; podemos llenar los huecos que Pialat sabiamente deja implícitos. Nunca vemos llorar a su niño, nunca lo vemos buscar consuelo. En el último tercio de la cinta, la anciana que lo cuida dice haberlo escuchado llorar. Y con eso nos basta.

El mise en scene es particularmente acertado. Los interiores lucen adocenados y compactos: los cuartos son más jaulas que recámaras. Los exteriores delatan una Francia rural y marchita, prima lejana de aquel pueblucho que retratara Jean- Luc Godard en Band of outsiders: un lugar en el que los niños se dan a la delincuencia casual y al vicio porque no parece que haya otra cosa que hacer. Aquí y allá, Pialat salpica sus paisajes con un par de ovejas que se alimentan con apatía, con riachuelos de agua marrón, con montes cenizos, con árboles desnudos. François no tiene madre humana, pero es, claramente, hijo de este contexto: más un animal salvaje que un niño.

L´Enfance Nue fue un fracaso comercial en su estreno, y no es difícil ver por qué. Su visión de una infancia violenta, casi feral, es difícil de tragar, precisamente porque no ofrece antídoto alguno. La cinta acaba y deja una estela de preguntas donde esperaríamos respuestas; no está aquí para iluminar ningún camino. Es un espejo –quizás una ventana– a la vida de un niño confundido y los adultos que lo descartan porque no saben cómo, ni quieren, ayudarlo. Parca, contundente y esencial, L´Enfance Nue es una joya indiscutible de ese catálogo, tan reducido, de cintas dramáticas con protagonistas menores de edad.